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Numinor : Los hijos de la ch Malintzin, según ‘El Laberinto De La Soledad’
Ángel Agustín Almanza Aguilar
15 / Junio / 2017
El mexicano –decía Octavio Paz , en su ‘Laberinto de la Soledad’– es un ser herméticamente insondable, receloso, que arrastra en andrajos un pasado todavía vivo; que somos seres repelentes y atrayentes, con respuestas y silencios inesperados e imprevisibles, con fenómenos y actos que se agazapan en el fondo de nuestra mirada: somos extraños e impenetrables como –a ejemplo de nuestros campesinos– una encarnación de lo oculto, de lo no se entregue sino difícilmente, tesoro enterrado, espiga que madura en las entrañas terrestres, vieja sabiduría escondida entre los pliegues de la tierra.
Para Paz, la mujer es el enigma, que incita y repele; imagen de la fecundidad, pero así mismo de la muerte, deidad de destrucción pero también de Vida: Para todos los grandes Poetas, la mujer no es solo un objeto de conocimiento, sino el conocimiento mismo El conocimiento Supremo. Pero para nosotros, seres temerosos de abrirnos al exterior, seres desgarrados interiormente, criaturas que cada vez que no somos dueños de nosotros mismos –casi diario– gritamos, respirando por la herida, las palabras malditas: ¡Viva México, Hijos de la Chingada! Lenguaje sagrado donde cada letra y cada sílaba están animadas de una vida doble, al mismo tiempo oscura y luminosa, que nos revela y oculta: palabras que no dicen nada y dicen todo. Pero, ¿quién es la ‘chingada’ para nosotros?
La ‘Chingada’ ante todo es Nuestra Madre, no una de carne y hueso, sino una figura mítica. Es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona, o la sufrida madre que festejamos cada diez de Mayo. Pero tal palabra no dice nada, es hueca, y ello a fuerza de uso. ¡Véte a la Chingada! está bien, pero ¿dónde está ese espacio lejano, vago e indeterminado? (No es un Bar o un lugar de reunión, por supuesto). Es un lugar que no está en ninguna parte, ni en la China, que está muy remota a nosotros y es inmensa.
La Chingada es la madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El hijo de la violación es ‘El hijo de la Chingada’, del rapto o de la burla. Existe otra frase: ¡Yo soy tu padre!, donde se dice para humillar, no para proteger. El Macho es El Gran Chingón, el mejor, el poder arbitrario (‘Soy un Chingón’ es una expresión de angustia, es fruto de un grave complejo de personalidad).
Para nosotros los mexicanos, la gran traidora, La Chingada, no es otra cosa que la Malinche (Malintzin). Los malinchistas son partidarios que México se abra al exterior, mientras que la contraparte son los hijos de Cuauhtémoc, y la tumba de éste líder es la tumba del pueblo (faltaba mas’n, faltaba menos’n). Sin embargo no queremos ser indios, prietos, morenos, chaparros, pero tampoco españoles (¡menos árabes o judíos). Renegamos, nos avergonzamos de nuestro origen, de nuestro pasado, pero ¿queremos sr Hijos de la Nada?
¡Somos huérfanos de identidad, hijos sacrificados y traicionados? Es una herida angustiosa que desnuda y muestra nuestra llaga. Pero, cosa curiosa, por qué cuando algo nos agrada mucho y valoramos su naturaleza nos expresamos con un ‘¡Está a toda Madre!’.
CÁPSULA CULTURAL: Le pregunta la maestra a Pepito: ¿Dime cuál es la diferencia entre ignorancia e indiferencia? Y Pepito velozmente le contesta: ¡No sé, y Me Vale Madre!... (No; si cualquiera mi reina, no cualquiera).