Numinor: Agnodice, la más famosa de las médicas griegas.

Ángel Agustín Almanza Aguilar

20 / Enero / 2017

La mujer, esa gran mitad y complemento del hombre dentro de la única y verdadera Unidad Natural Original; naturalezas ambas semejantes y distintas a la vez de esa ‘Cosa Doble’ que revelan las Sagradas Escrituras Judeo-Cristianas: la semejanza e imagen del Ser Supremo.

En este espacio hablaremos de ese bello ser que es la mujer, de la mujer en la ciencia a través de la historia, basados en el trabajo publicado por la doctora Ernestina Jiménez, ‘El Difícil Arte de Ser Mujer y Pensar’ (Revista ‘Médico Moderno’, Nov, de 2002). Se nos advierte que se quedarían en el tintero todas aquellas que se dedicaron a la literatura, la poesía, la música El centro del tema es la ciencia y la filosofía vivida por las mujeres talentosas de la historia, mujeres que han sido sistemáticamente ignoradas, no reconocidas y finalmente olvidadas, incluso suprimidas de los libros de historia y hasta ridiculizadas.

Se nos recuerda aquél refrán: Mujer que sabe latín, i tiene marido, ni tiene buen fin. O lo escrito por aquella ‘George Sand’: Ser mujer y tener talento es un delito que el hombre no perdona.

Ante lo interesante y algo extenso del tema, dividiremos nuestra entrega en varias partes. Provecho. Para antes, en la prehistoria fueron las mujeres primitivas quienes fueron recolectoras y, en consecuencia, las primeras en estudiar las plantas, incluidas las medicinales. La estupidez del fanatismo religioso que se autoproclamaban ‘portadores de la verdad divina suprema y representantes de dios llevó al martirio y a la hoguera a muchas de ellas, acusadas de practicar la brujería y la hechicería, precisamente por sus ungüentos y destilados de las plantas (no se os olvidará nunca lo de la ‘satánica’ y maldita inquisición).

Vayamos al siglo III a.C., y veamos el caso de la más famosa de las médicas griegas, Agnodice, quien para poder estudiar en Alejandría, con Herófilo, se vistió e hombre, conservando su vestimenta masculina cuando terminó sus estudios, yéndose a ejercer a Atenas, donde tuvo éxito, especialmente atendiendo mujeres. Nadie sabía que era mujer hasta que sus homólogos atenienses, celosos de su éxito profesional, la acusaron de violar el juramento hipocrático, es decir enamorarlas –nos dice la doctora Jiménez, y continúa-. Ante esta acusación y frente a sus jueces, ella se despojó de la túnica masculina quedando desnuda, demostrando que era mujer y, en consecuencia, la acusación se invalidaba. Luego de la demostración de su sexo femenino sus colegas hombres la acusaron de ejercer bajo una identidad falsa y fue encarcelada por ello, estando a punto de ser condenada a muerte; pero pacientes la defendieron, amenazaron a sus maridos autores de esa sentencia, y lograron salvarla. Fue liberada y se le permitió ejercer vestida como quisiera. Además, este incidente originó un cambio a la ley en el que se permitió a las mujeres estudiar y ejercer, pero a condición de que sólo trataran a mujeres.